La inseguridad es un tema muy instalado en la agenda de nuestros medios. De forma paulatina fue ganando un lugar protagónico en las conversaciones cotidianas y, por lo tanto, en el discurso de la sociedad en general. De este modo, podemos encontrarnos con posturas completamente antagónicas en lo que respecta a la visión que tienen los diversos actores sobre este tema tan complejo. Sin embargo, claro está, hay opiniones mas aceptadas que otras, que despiertan mayor adherencia y señalan el discurso hegemónico.
En los últimos días se hizo público el lamentable caso de Renata Toscano, la mujer asesinada en Wilde. Luego de este hecho varios vecinos de esa localidad decidieron reunirse y manifestarse en la comisaría 5ª de Avellaneda para reclamar por mayor seguridad. El reclamo se basó principalmente en un pedido de “mano dura”, “mayor vigilancia en la entrada y salida de las villas” y la baja en la edad de imputabilidad. En contraposición, un grupo de jóvenes que forman parte de diferentes centros culturales, agrupaciones barriales, comedores y bibliotecas populares decidieron sumarse y acompañar el reclamo por mayor seguridad pero desde la consigna de “no criminalización de la pobreza”. Su compromiso en la tarea de mejorar la calidad de vida de las personas se hizo notar en el pedido de “PAN, TRABAJO Y EDUCACIÖN”. Esta diferencia generó una reacción muy violenta en la gente y la intolerancia se hizo presente una vez más. A estos jóvenes se los echó por la fuerza y a golpes con la excusa (falsa) de que pertenecían a una organización política de izquierda dispuesta a romper la marcha.
Frente al tema de la inseguridad hay consignas que se repiten constantemente. Se habla de “justicia por mano propia”, de “pena de muerte” de “mano dura”. Este tipo de discurso predomina en las movilizaciones que surgen en los distintos barrios en las cuales se exige una respuesta del Estado para terminar con los asesinatos, los robos y la violencia que los vecinos sufren constantemente. Sin embargo, el discurso de sentido común solo parece responder a esa violencia con más violencia. El miedo, la bronca y el odio no dejan ver que, en definitiva, si lo que se quiere defender es el derecho a la vida, éste debe estar garantizado a todas las personas por igual. Sería muy productivo reflexionar sobre las raíces de los problemas sociales en los que estamos inmersos para tomar conciencia de que la delincuencia no puede erradicarse con represión e intolerancia. La tan exigida solución a este problema solo puede llevarse a cabo mediante un proceso paulatino hacia una sociedad mas justa, en la que el trabajo, la salud y la educación estén al alcance de todas las clases y no se dejen sectores marginados y “librados a su suerte”.
“Cuando salgamos a pedir y a reclamar, antes deberíamos reflexionar”, ese fue el llamado a conciencia por parte de los autores del comunicado sobre la inseguridad. Mas allá de lo irónico que suena que en una marcha por la “inseguridad” haya respuestas violentas e intolerantes hacia aquellos que, por un lado levantan la misma consigna pero consideran que los modos de lograr una solución consciente sean distintos, es más que interesante. Realizar un análisis un poco mas profundo que el expuesto en los medios convencionales o de consumo masivo, acerca de la cuestión de la inseguridad, es un trabajo – y un reto - que nos lleva a pensar sobre la raíz de la cuestión en boga. Coincidimos en que algunas de las líneas a analizar, en este entramado de asuntos que conforman el fenómeno de la delincuencia juvenil son los altos índices de desocupación y el problema de la educación, que la consigna “paz, trabajo y educación” levantada por el colectivo de jóvenes no es errada. Pero para llegar a nuestro objetivo de encontrar la raíz – o al menos comprender mejor la problemática y no recurrir a conjeturas simplistas sobre la cuestión - la pregunta justa es ¿Cómo llegamos a esto? Al preguntar como llegamos a esto, nos hacemos una pregunta sobre política, nos preguntamos como llegamos a construir la sociedad en la que estamos inmersos, como fue que estos jóvenes que hoy en día significan un peligro, se vieron en las condiciones de salir a delinquir. Si tenemos en cuenta que la mayoría de los jóvenes, protagonistas de hechos delictivos, tienen entre 14 y 25 años, es fácil llegar a la conclusión que son hijos de una generación que dejo consecuencias funestas en todos los aspectos de la vida social, económica y política de nuestro país. Son los hijos de los 90, una generación cuya existencia seria inexplicable si no se tiene en cuenta los años previos de dictadura militar, es una generación donde se han forjado valores, valores en base a lo que se “tiene” y retomando las palabras del comunicado, tener y pertenecer es cada vez más difícil. Los hijos de la década menemista, y los gobiernos sucesores, son gente/personas que no quieren quedarse afuera, que buscan “ser” algo, que están condenados en muchos casos y cansados de comer la bazofia en una sociedad, cuya clase política, “hoy” no hace mucho por ellos.
Consideramos que es importante construir una sociedad donde predomine el respeto mutuo. No cuestionamos la importancia de la seguridad para que dentro de una sociedad se viva en condiciones dignas, sin embargo entendemos que limitarnos al tema de la “Inseguridad” es no querer ver otras problemáticas que nos acarrean a diario.
¿Cuándo vamos a discutir el “gatillo fácil”? ¿Cuando vamos a plantearnos la violencia familiar y de género? ¿Acaso la falta de conciencia al volante no es una forma de violencia, en una sociedad donde mueren 22 personas por día en accidentes de tránsito? ¿Tener hambre y no tener para comer no es también una forma de inseguridad? ¿Es entonces más importante la invasión de la propiedad privada que las 25 muertes diarias por desnutrición en niños menores de un año?
Reflexionemos entonces ¿Porque no nos informan los medios hegemónicos acerca de estos diferentes tipos de inseguridad y solo se limitan a hablar de la inseguridad que criminaliza a la pobreza?
Anahí Alberico, Florencia Bargellini, Enrique Lopez y Lucía Sosa.